Uno escribe a un trozo, luego de mucho manosearlo con las manos del cerebro. Lo escrito lo descontenta: no es así como lo quiere. Lo guarda.
Días después lo desguarda, y vuelve con él: le tacha, le pone, le cambia. Uno va aprehendiendo a su escrito, va aprendiéndolo. Lo guarda.
Más días después vuelve: tacha, pone, cambia, busca. ¡Busca!
A las varias vueltas lo ha aprendido y aprehendido: ahora si sabe cómo es que lo quiere. Lo hace, a lo rehecho.
Y se queda medio contento. La contentura toda es muy difícil de tener.
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